Nadie
discute la relevancia del teatro como fenómeno social, desde las cavernas a la Grecia Clásica y hasta
nuestros días. Se trata de un fenómeno sociocultural y literario fundamental,
en el que se han reflejado ideas y símbolos para proporcionar respuestas a los
problemas y conflictos que se plantea cada persona en el marco de la sociedad
en la que vive.
El teatro y el arte en
general permiten al individuo descubrir aspectos sobre los que no se había
percatado de las situaciones sociales y vitales, propias y ajenas, pues, o no
las ha vivido, o es el protagonistas de las mismas, lo que obliga a cuestionar
su objetividad.
Apunta
Ortigosa (2002) que el arte, en general, acerca nuevos modos de hacer vivibles las sensaciones de dolor y
de lucha, la nostalgia y la esperanza. En este mismo sentido entendemos que la
producción escénica puede ayudar a descubrir e interpretar valores, encerrados
en las obras de teatro.
Basta
reflexionar un poco acerca del lugar que ocupa el teatro en la cultura
contemporánea, para apreciar su contribución a la creación de ideas, valores y
sentido en el contexto de las sociedades actuales. Cuando se ha consultado con
profesionales de la dramática (directores, actores, autores), cuáles son los
valores que con más intensidad se manifiestan en el teatro contemporáneo,
responden: la libertad, la capacidad de dar y compartir, el contacto real con
el mundo y la sociedad en que vivimos, el consumismo, la ética, el compromiso y
la crítica, (Cajade, 2009) son valores dirigidos a “llegar ser”.
A través del roce
intencionado y la relación con la sociedad en la que se desarrolla, el teatro
logra actualizar los valores de un modo único y real y los legitima en un
intento por unir la ética y la estética. Coincidimos por lo tanto, con Cajade
(2009), que el objetivo del teatro es dar a los demás herramientas conceptuales
permitan pensar y comprender la realidad. También se recoge en este artículo
aquella idea de Bordieu (1985) que entendía el teatro como un recurso social que contribuye a la creación de un
depósito de sentido de especial relevancia en las sociedades plurales.
Como
pude apreciarse, los valores que el teatro persigue hoy son absolutamente
coincidentes con lo que la educación en valores, descrita y referenciada en la
normativa vigente propone. Por lo tanto, no podemos dejar pasar esta evidencia
sin aprovechar las posibilidades que se nos brindan para el campo educativo,
porque:
La nómina de valores que en todos los
tiempos se ha hecho llegar a los jóvenes a través del teatro es incontable: la
lealtad, la unidad, la familia, la solidaridad… El teatro no solo ha sido
instrumento al servicio de los centros de enseñanza sino que ha sido el mismo
lugar de enseñanza y método de
trasmisión
(Fernández, 2015, p.17).
No obstante, el teatro debe entrar en
la escuela manteniendo su vertiente trasgresora, buscando una comprensión del
contexto global y aspirando a una humanidad igualitaria, libre y creadora
(Tejerina 2005).
El
aprendizaje de los valores tiene una vinculación inexcusable con la
experiencia, al no poder enseñarse sin referentes experienciales de los mismos (Ortega y Mínguez, 2001). En este
sentido, el teatro y la literatura en general, se constituyen en instrumentos
eficaces puesto que reproducen y nos trasportan a lugares y situaciones
experimentales a las que de otra forma no podríamos aproximarnos. Ese mundo al
otro lado de la cuarta pared es el espejo de este lado, un espejo lo
suficientemente desfigurado que nos entretiene pero sobre todo, sin que nos
demos cuenta nos enseña.
Atendiendo a la
importancia de adaptar nuestra empresa a nuestros alumnos y alumnas, conviene
tener en cuenta las características
psicoevolutivas generales de los niños y niñas de 12-13 años, preadolescentes,
remarcando como quedan satisfechas a través del teatro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario